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Título: « Soy un animal, y que? «, basada en hechos reales, sin dramatización. Terrorífica historia visual de nuestro ser innato. Y es que hay cosas que se ven venir de lejos.
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Ningún animal ha sufrido daños para la realización de este corto.

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Territorio es el espacio entorno a nosotros que reclamamos como propio. Todos tenemos un territorio personal en torno a nuestras posesiones, el interior del coche, el dormitorio o nuestro sofá favorito, y, además, entorno a nuestro cuerpo en forma de burbuja de aire.

Nosotros, los animales, también tenemos en consideración ese espacio personal alrededor de nuestro cuerpo, que varía según las circunstancias del lugar donde habitamos. Es decir, el espacio personal de un león en África será más amplio que el mío en una casa de 80 m2.

Entre vosotros, humanos, se pueden distinguir 4 distancias zonales:

– La zona íntima: entre 15 cm y 46 cm. Es vuestra zona más importante. Solo pueden entrar en ella las personas emocionalmente más cercanas a vosotros, es decir, amantes, padres, pareja, hijos, amigos íntimos, familiares y, por supuesto, nosotros, vuestras mascotas.  La subzona de menos de 15 cm la reservaís para el contacto físico íntimo, ya sabeis…

– La zona personal: entre 46 cm y 122 cm. Es la distancia que guardaís con los amigos, fiestas de trabajo, actos sociales, etc.

– La zona social: entre 122 cm y 360 cm. Es la distancia a la que os mantenéis de los desconocidos, el fontanero, el cartero…

– La zona pública: más de 360 cm. Es la distancia a la que os sentís cómodos respecto a un grupo numeroso de gente.

Bien, toda esta charla ha sido para poder dar las gracias a todo aquel que me ha dejado invadir su zona íntima, me gusta estar cerca del corazón de quien me quiere.

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Ya noto su presencia,

lentamente se acerca

con su larga capa negra.

Se inclina sobre mí

y en la lucha

pierdo las pocas fuerzas

que guardé en la espera

de su inevitable visita

a mi lecho.

Pesa tanto la derrota

sobre mis párpados

que la noche

se convierte en ceguera,

la vida en sueño

y el despertar en descanso

para este cuerpo

que, ya sin fuerzas,

no responde ni a drogas

ni a dueños.

Vagabundo soy

en tierras de nadie,

sin maletas ni rumbo,

con billete a ninguna parte.

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Que nadie se asuste… tan solo tengo sueño.

Efectivamente, el maravilloso mundo de los ordenadores interrumpió en mi vida casi sin llamar. No recuerdo muy bien hace cuantos años pero si recuerdo que ocupaba mi espacio. Al principio no me llamaba mucho la atención, esa máquina gigantesca llena de teclas, cables y colores extraños. De funcionamiento incomprensible, veía como hipnotizaba a la gente durante horas ¿haciendo qué?. No entendía que era aquello tan maravilloso que ofrecía, yo ya lo tenía todo en mi mundo real y palpable ¿qué había dentro de semejante caja? Ni lo sabía ni me importaba.

Con el tiempo me fui acercando poco a poco a esa caja, con ciertas inseguridades y con todo el cuidado del mundo para no tocar nada, por si explotaba. Poco a poco fui perdiendo el miedo a tocarla, ya no era un objeto extraño en mi vida, al revés, se convirtió en algo habitual en mi entorno.

Actualmente, tengo totalmente superados todos los miedos y preguntas que me hice en un primer momento. Esa caja, a la que ahora llamo ordenador, ha conseguido darme calor y compañia, navego a través de ella por lugares lejanos que aparecen en mis sueños.

Creo que por fin he comprendido que hay espacio para los dos.

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Este es Flecha, para mí es Flechilla, un precioso gato Angora, creo. Flecha es muy especial, tiene un curioso carácter impredecible con los extraños e incluso a veces con los que conoce. Tal vez sea por un trauma de la infancia (le tiraron a la calle desde un sexto piso, y vive para contarlo) o porque simplemente él es así. En cuestión de segundos pasa de ser el gato más cariñoso y ronroneador del mundo a la fiera más inesperada. Y es muy preocupante, porque tiene unos colmillos enormes, tres veces los míos, y a pesar de que está un poco entrado en carnes (pesa otras tres veces más que yo), no imaginas lo ágil que está.

Hay quien dice que ha tenido pesadillas con Flecha, pero que también ha pasado momentos inolvidables acariciándole la cabecita mientras se tumbaba en su regazo…

Por tanto, me es imposible definirlo como ángel o demonio. Simplemente es Flecha. Y para mí, siempre será Flechilla.

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En algo me tenía que salpicar la crisis. Temí en un principio por la calidad de mi comida, pero de momento parece que me estoy librando de comer pienso barato. Sin embargo, y a pesar de mi tupido abrigo, estoy empezando a sentir ciertos escalofríos por la noche, en este hogar que otros años fue tan calentito. Sí, la crisis me está dejando helada, en sentido literal. Una de dos, o decido dejarme achuchar, muy a mi pesar de mis principios, para conseguir calor humano, o bien me lío la manta a la cabeza y me las apaño yo solita para entrar en calor.

Elijo la manta.

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Toda gata necesita sus momentos para pensar y reflexionar sobre la vida. Y el mejor sitio es cerca de una ventana, en un día gris, en silencio, sin distracciones… No se si llegaré a ordenar mis pensamientos o a liarlos más, quien sabe. Se ven tantas cosas desde mi ventana…

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Creo que las imágenes van a hablar por si solas.

Otro año será.

Soy consciente de que no ocupo el 100×100 del corazón de Ama, eso sería imposible. Cada recuerdo tiene su parcelita dentro de nuestro corazón. En mi caso, concretamente, comparto su cariño con el recuerdo de otro gato que tuvo la suerte de cruzarse en su vida. Se llamaba Miki y era un bonito gato persa que crió desde pequeñito. Ama me cuenta que era muy cariñoso, y claro, las comparaciones son odiosas, me dá un poco de envidia que le recuerde con tanta dulzura pues todo el mundo que me conoce coincide en que soy poco mimosa. Yo demuestro mi cariño de muchas formas, no considero que dejar que me despeinen sea una forma cariñosa de demostrar mi ternura. Ama sabe que siempre que me llame acudiré, que siempre estaré a su lado y que puede contar conmigo (y todo esto es más importante que dejar que me despeinen).

Bueno, que me pierdo. Miki no estuvo mucho tiempo con Ama. Cuando tenía un año y medio enfermó gravemente y los médicos no pudieron hacer nada. Ama dice que el día que lo llevo a sacrificar fue el más duro y triste que jamás había tenido. Dice que le era imposible despedirse de miki, pues de un amigo jamás se despide uno. Al revés, a un amigo se le dice «hasta luego», «ya nos veremos», «te llamo», » hasta mañana», pero nunca se le dice un adios definitivo.

Miki, ojalá te hubiera conocido.

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